Cuatro principios
básicos
El actual Código
de Ética de la SPJ es un documento con cuatro principios
básicos: buscar la verdad y reportarla, minimizar los
daños, actuar independientemente y responder por todo acto
(accountability). En la búsqueda de la verdad, el
periodista está obligado a presentar la información en su debido contexto. Lejos de
imponer valores
culturales propios a otras sociedades, un
periodista debe evitar los estereotipos de raza, edad, religión, etnicidad y
ubicación geográfica, orientación sexual,
inhabilidad o apariencia física y estatus
social. Para reducir los daños, se recomienda tener
compasión con los afectados por la noticia, en especial
los niños.
Ser sensibles a la tragedia y al sufrimiento de los demás,
tener buen gusto y reconocer el valor del
derecho a la privacidad de las personas son expectativas no
negociables de la profesión. Un individuo
común no puede tratarse como si fuera un empleado oficial
o como una figura pública con deseos de influencia, y los
sospechosos de cualquier crímen merecen el derecho a un
juicio justo, sin afectar el derecho del público a
saber.
Para miles de escritores, editores y profesionales que
acogen, voluntariamente, este documento, actuar
independientemente significa evitar conflictos de
intereses y mantenerse libres de vínculos que comprometan
su integridad y su credibilidad, incluyendo anunciantes que
intenten presionar el trabajo
periodístico. Rechazar favores, especialmente del gobierno y de las
empresas
privadas, es una obligación del buen periodista, tanto
como vigilar y tener el coraje de denunciar a quienes abusan del
poder.
En un renovado espíritu de independencia,
por ejemplo, el actual Código de Ética y Conducta
Profesional de la Asociación de Directores de Noticias en
Radio y
Televisión, aconseja al reportero resistir
a los que quieran comprar o influir políticamente los
contenidos noticiosos. Resistir a los que intimiden a los
medios,
resistir a quienes con intereses de propiedad o
manejo influyan negativamente en la noticia, y resistir a los que
con presiones egoístas erosionen el quehacer
periodístico son principios claves de todo radiodifusor.
Es más, para llegar a la verdad, declara este
código, adoptado el 14 de septiembre del 2000, se deben
"resistir las distorciones que oculten la real importancia de los
eventos."
Resistir y resistir las amenazas públicas y privadas del
poder era el estado de
ánimo de la radiodifusión un año antes del
trágico 11de septiembre. Todo cambió a partir de
entonces, especialmente para la
televisión.
Responderle a la audiencia, para un periodista, es
clarificar y explicar su conducta y sus reportes, invitando el
público al diálogo y
dándole voz a los que no la tienen. Uno de los criterios
más importantes de estas claúsulas es que la
libertad de
expresión, definida en la Primera Enmienda en los
Estados
Unidos, garantiza al pueblo, a través de la prensa, su
derecho
constitucional a pensar como quiera y a expresarse como
piensa. Admitir errores de inmediato, actuar con los mismos
criterios de alta conducta con que se supervisa a otros, y
denunciar faltas a la
ética
cometidas incluso por sus propios colegas u empleadores son
deberes de todo periodista.
Verdad,
justicia y
democracia
Los códigos de ética angloamericanos, como
se dijo anteriormente, tienden a reconocer y patrocinar unos
mismos valores, en especial la verdad, la justicia y la democracia. La
honestidad, la
integridad, la credibilidad y el servicio al
público son también criterios rectores de la
actividad periodística, tal y como señala el
preámbulo del Código de Ética de la
Convención Nacional de la SPJ aprobado en
1996.
El Código de Ética de la Asociación
Nacional de Fotoperiodistas Norteamericanos cree, así
mismo, que hay que dejar atrás la codicia, ya que hacer
todo por dinero es no
prestarle un servicio al público. La promoción mercantil es esencial, dice, pero
las falsedades en la industria son
incompatibles con el arte del
fotoperiodismo. Es preciso recordar que este documento se
endosó en los Estados Unidos hace apenas cinco años
(en 1999).
Entre los pormenores de la ética del periodismo
angloamericano encontramos textos puntuales, como el del
Código de Ética Editorial del Orlando Sentinel
(1999): "no hay que dar la impresión de ser alimentados
por ninguna fuente o agencia." Podremos almozar con millonarios y
poderosos, pero no podemos dejarles pagar la cuenta, exige la
Política
de Ética de la Sala de Redacción del Tampa Tribune. Para
garantizar su cumplimeinto, el Chicago Tribune advierte:
cualquier empleado del área editorial que viole un mandato
del código de ética recibirá una
sanción disciplinaria, que va desde la reprimenda o la
suspensión hasta la terminación del contrato.
Aún así, reporteros y editores caen con frecuencia
en las trampas del glamour de la profesión, siendo los
casos más recientes los del New York Times, el Boston
Globe y el Salt Lake Tribune.
Y hay una cosa más. Según el código
de ética del Los Angeles Times, un reportero tampoco debe
participar en actividades políticas
o gubernamentales y no debe aceptar pagos de ninguna
campaña u organización política. Solo cuando
se establezca que no hay conflictos de intereses podrá un
periodista lanzarse en elecciones a cargos públicos o
colaborar con una campaña electoral. En medios
profesionales norteamericanos, el fenómeno de los
periodistas-candidatos es por lo general mal visto, en especial
si el reportero quiere volver al medio y ser respetado como un
profesional independiente.
Entre más códigos se adoptan y más
se reforman, más tiende la excentricidad a dominarlos.
Conceptos cargados de moralismo en áreas como las
relaciones sociales y personales, la indecencia, el juego, y el
activismo político o comunitario suelen entrometerse con
la actividad periodística. Al final, "lo perfecto rara vez
se logra" admite el San Francisco Chronicle en su código
de ética, sobretodo en un ambiente de
presión
por horarios y puestos de trabajo. En
terrenos dudosos, al periodista solo le queda recurrir a su buen
juicio profesional, concluye este periódico.
Nueve
pecados capitales
En pocas palabras, son nueve los pecados capitales de un
periodista contemporáneo, según el Statesman
Journal de Salem, Oregon: inventar fuentes y
afirmaciones, distorcionar deliberadamente la verdad, aceptar
sobornos y copiar materiales de
otros medios. Tampoco se deben alterar fotos usando la
tecnología, no se puede usar la
reputación del medio para obtener beneficios personales,
no se debe pagar por las noticias, no se deben fabricar historias
ni abusar de los lectores, las fuentes o los colegas. Para mayor
información, puede consultarse este y otros códigos
de ética mencionados en la página web
de la Asociación Norteamericana de Editores de
Periódicos (ASNE), www.asne.org.
Aunque en la academia ha existido siempre una sabia
diferencia entre lo moral y lo
ético, la moralidad, es
decir, la conducta o el estilo de vida
asociado a creencias o valores religiosos, ha doblegado a la
ética. En la Grecia
clásica, explica Louis A. Day en su libro Ethics
in Media Communications (1997), la ética se ocupaba,
simplemente, de los usos o costumbres y del proceso
racional de escoger el camino correcto entre dos alternativas. La
ética de hoy, sin embargo, especialmente en el periodismo
angloamericano, tiene un sabor a puritanismo típico de una
ortodoxia Judeo-Cristiana, donde la potencialidad de convertirse
en un obstáculo a la libre expresión es
patente.
La teoría
de la ética enseña que el marco Judeo-Cristiano es
solo uno de muchos paradigmas.
Gozan de popularidad en los Estados Unidos otras perspectivas
como la virtud moral de Aristóteles, el punto medio ideal de
Confucio, el imperativo categórico de Kant, el
principio de la utilidad para la
mayoría de Jeremy Bentham y John Stuart Mill, y la
teoría de la justicia de John Rawls. Como era de
esperarse, en un continente de profunda formación
cristiano-colonial, los valores
más profesados en los Estados Unidos son los
Judeo-Cristianos.
El eclipse total del
9/11
El nuevo siglo ha sido una desilusión para los
amantes del periodismo libre y de calidad en los
Estados Unidos, en especial desde el 11 de septiembre. Al mes de
la terrible destrucción de las Torres Gemelas, las cadenas
de televisión ya estaban violando,
abiertamente, uno de los fundamentos de la ética
periodística: la independencia editorial. En ese
inolvidable 10 de octubre del 2001, las cinco cadenas privadas de
televisión decidieron claudicar su responsabilidad de informar al público a
pedido del gobierno federal.
"Creo que la supresión de noticias es
indefendible" -escribió Walter Williams en su Credo– "como
no sea por una consideración distinta al bienestar
social." ¿Le servía al bien común
norteamericano censurar o poner límites a
la transmisión de los videos grabados por Osama Ben Laden?
Por supuesto, contestaban los doctrinarios de la seguridad
nacional y el autoritarismo. Pero para los amigos de la
democracia (escasos en esos primeros meses de la crisis), la
censura no servía de nada. Como bien dijo un ejecutivo
anónimo del New York Times en esos días:
"¿qué sentido tiene mantener esas imágenes
fuera del aire, cuando
pueden ser transcritas o reproducidas en los periódicos y
el Internet?" Con
admirables excepciones, el anonimato, típico de los
regímenes sin garantías, fue la forma de expresarse
de los disidentes en los comienzos de la guerra
antiterrorista en los Estados Unidos.
Aquí se violó otro gran principio de la
ética, darle voz al que no la tiene. Como explicara al
momento Marvin Kalb, ex-corresponsal de televisión y
actual director de la oficina en
Washington del Shorenstein Center on the Press de Harvard
University, la prensa "se adornó de imágenes de
patriotismo y se dedicó a obtener gran parte de su
información de fuentes oficiales." ¿Resistir las
distorciones que oculten la importancia y el contexto de los
hechos? ¿Resistir las amenazas públicas y privadas
del poder? En una actitud
pro-gobiernista, los medios abandonaron con el 9/11 gran parte de
su público y, en última instancia, a la sociedad civil
entera. La verdad de los hechos no se buscó ni con
independencia, ni con la responsabilidad de un encargo
público, ni tampoco con el compromiso de decirla en su
real dimensión. Fueron muchos los que tuvieron que emigrar
a medios foráneos en el Internet para obtener
información completa de lo que pasaba en el
país.
Bastante se habla de objetividad e imparcialidad en los
códigos de ética en los Estados Unidos, pero
imparcialidad fue lo que menos hubo en los meses siguientes al
9/11. A las voces pacifistas, por ejemplo, se les criticó
sin oportunidad de rebatir o se les silenció
negándoles el acceso a los estudios. No quedó
rastro del concepto de fair
play o juego justo cuando se trataba de hablar de los
árabes, de la guerra de Afganistán, o de los
prisioneros de guerra recluídos en Guantánamo. Es
más, con exasperante lentitud vinieron a entender algunos
medios que sus notas xenofóbicas contra los palestinos le
estaban causando graves daños a la comunidad
árabe-norteamericana y a otros immigrantes.
Lejos de no imponer valores culturales propios a otras
sociedades o de no estereotipar por motivos de raza,
religión, etnicidad o ubicación geográfica
como manda la SPJ, el ultranacionalismo de la mayoría de
los medios, en especial de la radiodifusión, reinó
en el país hasta hace poco. ¿"Compasión" con
los afectados por la noticia? ¿Sensibles no solo a la
tragedia propia sino también al sufrimiento de los
demás? Estos principios de ética no parecían
tener significado en la prensa tradicional cuando se trataba de
hablar del mundo árabe.
La
U.S. Patriot Act
También en octubre del 2001, el Congreso de la
nación
adoptó como ley el criticado
U.S. Patriot Act o Ley Patriota. Nada se dijo en los medios sobre
su inconveniencia, a pesar de ser un estatuto de más de
300 páginas con normas
restrictivas de acceso a la información y vigilancia de
las personas en su actividad privada y profesional, incluyendo
periodistas. Comparable al Smith Act de 1940 y las leyes de
espionaje y sedición de 1917 y 1798, la Ley Patriota fue
aprobada sin debate con un
sentido de urgencia y la promesa de caducar en cinco años.
Pero el presidente Bush, en su reporte de último
año del cuatrenio, ha pedido renovar esta ley
indefinidamente (Pariot Act II). La nueva ley es aún
más restrictiva que la original. Este es el premio a una
gran prensa oficialista y pasiva, que negocia su compromiso
ético de proteger el derecho del público a saber y
a la libertad de
expresión.
Lo curioso es que la mayoría de los periodistas,
por pasiones de partido o por temor a ser señalados como
anti-americanos, apoyaron la Ley Patriota. ¿Resistieron,
como aconseja la ética, a los que intimidaban a los medios
o a quienes con presiones personales y egoístas
erosionaban el quehacer periodístico? No, todo lo
contrario, el reportero común hizo caso omiso de sus
pautas de ética
profesional.
En el 2002, con los escándalos de Enron, Worldcom
y demás, la prensa tuvo que replantear su confianza en el
gobierno y en las grandes empresas frente al público en
general. Citando a Herbert Gans, un sociólogo que estudia
la cultura
noticiosa en las salas de redacción, digamos que la
premisa de los reporteros y editores norteamericanos es que las
empresas compiten para generar ganancias y prosperidad social.
Pero este argumento se volvió insostenible con la corrupción
de los empresarios. Como advierte Gans, tal ética no
funciona en un complejo industrial donde el etnocentrismo, el
individualismo y el parroquialismo de sus miembros,
incluída la prensa, predomina.
Con los escándalos de Wall Street y los
conglomerados se aceleró la avalancha de talleres,
seminarios y conferencias que intentaban dar solución a la
crisis del llamado capitalismo
responsable. La falta de ética de la prensa era ya un tema
punzante en los Estados Unidos antes del 9/11. Se hablaba de
engaños de los medios (como cuando un reportero oculta su
identidad para
obtener noticias), de invasiones de la privacidad y de conflictos
de intereses por fusiones
millonarias y por la corrupción del gran capital. Al
llegar la guerra antiterrorista, el país se sumió
en una crisis general de valores de la que no ha salido
todavía.
Los
incrustados
Con la guerra de Irak y sus
incrustados se generó también otra fuente de
conflicto
entre los medios. Periodistas de la reputación de Dan
Rather en la CBS, Ted Koppel en ABC, y Bernad Shaw en CNN dudaron
de la conveniencia del embedding (el incrustarse). Este
último manifestó que "la idea de los periodistas de
dejarse abrigar por el ala militar de los Estados Unidos [era]
demasiado peligrosa. Pienso que los periodistas que aceptan ir al
combate acompañando a las unidades militares quedan en
efecto cautivos, prisioneros de esa unidad militar." Cuando a
Koppel le preguntaron si no le preocupaba haber sido manipulado
por el gobierno cuando reportó como incrustado desde Irak,
el periodista contestó: "Yo he sido manipulado por
más de 40 años de vida
profesional."
El problema del incrustado es la falta de credibilidad.
Uri Avnery, el famoso periodista israelí,
llegó a decir que incrustarse equivalía a acostarse
con los militares en una especie de press-titución. Sin
embargo, había que ver a cientos de reporteros jugando a
la guerra en entrenamientos militares para convertirse en
incrustados. ¿Dónde quedaron los códigos de
ética y el preámbulo de la SPJ que hablaban de la
credibilidad como un principio rector del periodismo? En la
guerra de Irak se incurrieron también en graves abusos
éticos a la hora de publicar información. Dos
sonados casos son los del fotógrafo Brian Walsky, del Los
Angeles Times, que alteró una foto con la complicidad de
su jefe, y del heroico rescate de la soldado Jessica Lynch, del
cual surgieron versiones distintas a las pro-gubernamentales.
Estas y otras historias son un claro ejemplo de graves faltas al
compromiso ético de la verdad, la honestidad, la
integridad y el servicio al público.
Para miles de escritores, editores y profesionales que
acogen los códigos de ética, actuar con
independencia significa evitar conflictos de intereses y
mantenerse libres de vínculos que comprometan su
integridad y su credibilidad. Rechazar favores, especialmente del
gobierno y de las empresas privadas, en la recolección de
noticias, es una obligación del buen periodista, tanto
como vigilar y tener el coraje de denunciar a quienes abusan del
poder.
El
caso de Jayson Blair
A la concentración del poder en los medios, las
presiones de censura oficial y la autocensura, se sumó
otra crisis: la de Jayson Blair. ¿Triste que hasta los
mejores periódicos de hoy deban preguntarse cuál es
y donde está su Mr. Blair? Porque una cosa es segura
-comentó Gary Weiss, del BusinessWeek en mayo del 2003-
esta enfermedad infecta tantas salas de redacción que no
puede continuar así, "algo habrá que hacer para
evitar que esto ocurra de nuevo."
Jayson Blair, que tanto daño le
ha hecho al New York Times con su carrera de mentiras, "es una
deshonra," escribió Weiss. "Nosotros, los periodistas,
estamos conmocionados, horrorizados y avergonzados en todas
partes." Una autocrítica no nos iría nada mal
-dice- pues "las organizaciones
noticiosas necesitan pensar sobre el sesgo de sus noticias, sobre
la falta de preparación de sus reporteros y la falta de
sofisticación de todo lo que pasa por el periodismo de
hoy."
Las violaciones son cada vez más obvias y
generalizadas, y por eso hay que desarrollar una política
de tolerancia cero
contra los comportamientos sin ética en las salas de
redacción, comenta la editora Cheryl Smith en NewsWatch,
un Centro por el Mejoramiento del Periodismo en la San Francisco
State University. Los abusos ocurren en toda la nación,
reconoció un foro de 31 editores organizado por
la ASNE y el American Press Institute (API) el año pasado
(2003). Por eso hay que redactar nuevos criterios de
ética, nuevos conceptos de liderazgo y
manejo editorial, nuevas formas de entrenamiento de
reporteros, y nuevas reglas de exactitud, corrección y uso
de fuentes. En definitiva, hay que hacer bien lo que todo medio
noticioso debe hacer si quiere sobrevivir y transcender -y que
rara vez hace-: comunicarse realmente con su público y sus
reporteros.
Porque los medios le fallaron a su audiencia hay un
afán de cuanta organización gremial existe en los
Estados Unidos por tratar de re-educar al periodista del nuevo
siglo. A finales del siglo, más de 11.000 cursos y
seminarios de ética se dictaban en las universidades y
centros de educación superior de
los Estados Unidos, tanto en escuelas de comunicación como en facultades de derecho,
filosofía, medicina,
negocios,
administración de empresas, ingeniería, sicología, trabajo social y
ciencias de la
computación. Unos buscan redefinir los
códigos de ética para fijar nuevas reglas de
comportamiento, mientras otros se oponen a lo que
ven como una puerta abierta a la autocensura. De lo que sí
parecen convencidos todos es que "el periodismo no
sobrevivirá el siglo XXI con los principios éticos
del siglo XX." Esta es una afirmación del fundador y
presidente del Institute for Global Ethics, Rushworth
Kidder.
Es indispensable restaurar la credibilidad como el
principal activo de todo medio serio, afirma el Código de
Etica del Chicago Tribune. La credibilidad y la supervivencia de
los medios depende en gran parte del respeto a los
principios éticos de la profesión, subrayó
el Secretario General de la
Organización de Estados Americanos (OEA),
César Gaviria, en la útima reunión annual de
la Sociedad
Interamericana de Prensa (SIP) en Chicago. Una prensa crítica
e independiente es vital para garantizar los derechos humanos
y la participación ciudadana, luego, si un
código de ética no puede resolver todos los
dilemas, anota el Tampa Tribune, solo nos queda pensar
criticamente. "Lo único que tenemos son nuestros
principios" recomienda el diario, y para un periodista, entre
más crítico y más comprometido esté
con los lectores sin voz y con la comunidad, mucho
mejor.
CREDO DEL PERIODISTA El Credo del Periodista, publicado por la Escuela CREO en la profesión de periodista. CREO que el CREO que pensamientos y expresiones claras, CREO que un periodista solo debe escribir aquello que con CREO que la supresión de las noticias, por otra CREO que nadie debe escribir como periodista lo que no CREO que las columnas de anuncios, noticias y editoriales CREO que el periodismo que mejor éxito tiene, y que merece el mejor |
Leonardo Ferreira
Miguel Sarmiento
Revista Chasqui
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